sábado, 18 de septiembre de 2010

Grito de libertad


Es hora de desmontar los artilugios, destejer las trenzas, despintar el lienzo, colgar el hábito y desarmar el cuerpo. Es tiempo de mirar atrás, de regocijarse con los recuerdos, de disfrutar la cosecha.

Luego de zapatear toda la noche, el espejo me devuelve una imagen feliz: mi rostro coronado por la trenza entretejida con listones de vivos colores y delicadas flores que acomodé con coqueta precisión ya horas atrás, los aretes de racimos de semillas rojas haciendo todavía juego con mis labios, la blusa negra con estruendosas flores bordadas por las manos anónimas de alguna mujer en las profundidades de Chiapas y mi alma hinchada de gozo por tener la excusa perfecta para que México me hiciera lucir orgullosa y radiante otro aniversario suyo de ilusión de independencia y libertad.

Una noche como la de hoy me transforma con su magia. Sé lo contagiosa que es la alegría, me llevo bien con la fuerza de los colores; conozco el poder de llevar con aplomo y orgullo el trabajo de los telares mexicanos; sé del arte de bañarme y nutrirme del intenso dramatismo de mi pueblo para luego desparramarlo al pasar; puedo jugar con el grito y el silencio del indio, con el diablo y el ángel del tequila, con el fuego del chile instalado en mis venas.

Cierro los ojos y evoco las guitarras, los violines y las trompetas del mariachi uruguayo tocando el jarabe Tapatío en el gran salón del Hipódromo Maroñas, tan acá de Montevideo, tan allá de México. El acorde grave del guitarrón retumba todavía en mi pecho haciendo reflotar mágicos momentos generados durante la noche. Regresa en forma de recuerdo el delicioso enjambre de niñitas revoloteando embelesadas a mí alrededor, mirando sonrientes hacia arriba como quien contempla una aparición. Y yo bailando, zapateando, revoloteando el rebozo, ondeando mi hermosa falda, sonriendo, sosteniendo miradas, regalando sonrisas, tocando almas, pintando corazones. Bailo con uno, le canto a otro, me saco una flor del tocado y se la coloco en el pelo a una señora mayor. Estoy tan en mí que todo fluye con mágica naturalidad. Me dejo llevar por la música, por el espíritu de fiesta, por el sabor del guacamole y las voces del tequila. Me abro al halago y agradezco los piropos. Me siento lejos de la vanidad, pero también de la modestia: si en mi espíritu brilla México que lo haga libre, sin pantallas, sin límites, sin pudor; si en mi espíritu brilla México que se refleje también en mi cara, en mi cuerpo, en mi mirada; si en mi espíritu brilla México, que recojan su luz todos aquellos que estén abiertos a recibir y dejarse atrapar.

Los anillos, las pulseras, trenzas, listones, y flores yacen ahora desparramados en el tocador como queriendo contar una historia hinchada de vida y color. No me sorprendería que cuando apague la luz y me disponga a soñar con un México festivo sin tantas heridas abiertas, mi vestido y sus acompañantes se hayan escapado bailando por la ventana para seguir el eco de unas campanas que sonaron hace hoy doscientos años anunciando libertad. Tampoco me sorprendería que al notar su ausencia y conocer sus intenciones, les corra detrás esta desatada Afrodita azteca que hoy fue tan feliz gritando a todo pulmón ¡VIVA MÉXICO!

Montevideo, 15 de septiembre del 2010

martes, 17 de agosto de 2010

Cercanías

Vivo con quién conviven mis duelos,
Sueño con quién construyo recuerdos,
Parto con quién comparto mi fuego.

Busco al que se deja encontrar
Todos los días detrás de una taza de café.
Pienso al que vino,
Y también al que se fue.

Sobrepongo antaño y presente,
La esperanza llamada libertad,
Los recuerdos que susurran
la vida que vendrá.

Horizonte de cercanías,
Ilusión de simplicidad,
Lo lejano se hace presente:
Ya puedo bailar en paz.