martes, 23 de abril de 2013

Desde Líbano con amor


Mi nombre no es capricho, responde a mi cuarto de sangre libanesa. Aunque no conocí a mi abuelo, ni a un tío o tía o primo que hiciera tangible mi origen, mi abuela mexicana aprendió a cocinar keppe, tabule y demás exquisiteces por amor. Como buena matriarca, ella le enseñó a mi mamá y mi mamá, junto con mi abuela,  me enseñaron a mí. Recuerdo como si fuera ayer las tardes en la cocina desgrasando y cortando chiquitito, codo a codo con mis primas y hermanas, la carne de cordero. Su olor en crudo me hacía retorcer las tripas pero una vez sacado del horno no podía parar de comer. Nunca vi alguien  tan veloz como mi mamá para picar la hierbabuena, el perejil y la cebolla para el tabule... hoy domino la técnica y gustosa me aventaría un reto con ella para ver si la aprendiz superó al maestro. El aroma a limón, a ajo y cebolla, el jocoque, los dátiles y las aceitunas negras estaban tan presentes en casa como el maíz, el frijol o el chile.  Pero de mi origen libanés sólo tengo el nombre, un apellido y mis rasgos, los aromas y sabores de su cocina y los cuentos que mi madre y mis tías me hacen de su padre emigrante... debí haber dicho tenía, porque hace tan solo tres semanas esta realidad cambió.

Mi mamá tenía mucho tiempo con el sueño de ir a la tierra de su padre, de conocer Líbano, de visitar Jezzine, de hacer verdad el pueblo originario de los Rashid y, tal vez, encontrar familia... quién sabe, todo es posible. Las guerras, la economía las configuraciones familiares y demás circunstancias de la vida quisieron que fuera  hasta hoy que tiene 68 años. La idea era que fueran las tres hermanas pero sólo fue posible que la acompañara mi hermosa tía Alma.

Y emprendieron la aventura de sus vidas estas dos Señoras hacia aquel Medio Oriente tan lejano y tan ajeno como tan próximo y propio. Llegaron dueñas de una sola pista: una carta escrita hace cincuenta años en árabe con la dirección del remitente. Ni bien llegaron a Beirut se pusieron manos a la obra. Así que se hicieron de un taxista que las llevara a la dirección indicada y pudiera en algo servir de traductor.

Cincuenta kilómetros después, llegaron al lugar: una tienda de cuchillos hechos a mano donde adentro se encontraba el dueño. Luego de interminables gestos, señas, palabras en inglés, francés y árabe, el desconcertadísimo viejo encontró la punta del hilo del cual tirar. Fue poco a poco atando los cabos, haciendo conclusiones y remontando hacia atrás para encontrar a aquel familiar de nombre Habib que hacía algo así como cien años se había ido a América y que nunca más regresó. La luz se fue haciendo de a poco, pero cuando se hizo, los iluminó a todos. Una vez reconocidas como la familia perdida, se aseguraron de no volverla a extraviar nunca más. Sucedieron de ahí innumerables banquetes en honor a las viajeras y visitas a los lugares más significativos en la historia de mi abuelo. Les enseñaron de la mano en qué cañada se tiraba a descansar aquel joven pastor de ovejas, sobre qué risco quedaba la casa donde creció y sobre qué campos jugaría.  Las familias se tironeaban para agasajarlas con sus manjares caseros y como frutilla de la torta aparecieron un puñado de amorosas sobrinas que colmaron con besos y cariños a aquel par de valientes cabecitas canosas. La ilusión de encontrarse con su pasado fue tan altamente rebasada que regresaron con todo un presente y un futuro no solo para ellas sino para todos los que orgullosos descubrimos que no somos Rashid sino Rached.

No tengo idea qué regalitos maravillosos haya recolectado en los mercados de Líbano y mas tarde de Turquía, de lo que sí estoy segura es que el mejor y más grande (claro, después del hallazgo familiar) es que se haya amistado con la tecnología y llevara consigo un Ipad con el que tomaba fotos y mandaba todos los días acompañadas con una pequeña reseña. Fue como si me hubiera llevado a mí también. Durante estas tres últimas semanas he viajado a su lado, palpitando con ella sus descubrimientos y despertares. He esperado con ansia sus noticias ilustradas del día... hasta ayer que "regresamos" a Los Angeles y "estamos" visitando por un par de días a mi hermana Vanessa.

Y las buenas noticias, las alegrías no terminan sino que se multiplican: ella llega a México para reciclar valijas y en tan solo cinco días más la tengo por aquí completando las piezas del puzzle con sus cuentos en vivo y en directo... ahora tengo la oportunidad de aprovechar esta racha de energía e indagar la segunda parte de la historia de los Rashid (ahora Rached), un eslabón perdido que nos vincula, curiosamente, con Necochea, Argentina.