sábado, 2 de noviembre de 2013

Muerte sin funeral

No pues ahora sí que la pelona me agarró por donde menos pensaba, ¡esto de que se me presente la muerte así como así en un trozo de taco nomás no tiene madre, verdad de dios! Si por lo menos se hubiera esperado a que termine mi cafecito! El pedazo atravesado en el cogote no me dejó ni gritar por ayuda, yo nomás pelaba los ojos y con la poca fuerza que me quedaba manoteaba a ver si Doña Lencha me veía. Pero ella andaba muy atareada y nomás no me vio… como tampoco me vio el Flaco, ni los cuatro o cinco clientes que sí pagan... no como yo, que desde hace años me arrimaba todas las mañanas pa’ que me regalaran el desayuno, quesque para no arrancar a fumar  tan temprano con la tripa vacía, me decía Doña Lencha, ¡Ay! ¡La pobrecita de Doña Lencha! Para cuando se dio cuenta de que algo andaba mal conmigo, yo ya tenía una media hora fría! Todos creyeron que me había quedado dormida en la mesa como  un pajarito que clava el pico,  les costó imaginar que me había petateado ahí nomás, ¡Qué poca vergüenza la mía, caray! ¡Pagarle así tantas amabilidades para con esta vieja achacosa!. ¡Y cuando vi cuántos esfuerzos hacía el doctor de la emergencia para revivirme, hasta importante me sentí! Casi que me dieron ganas de escaparme de la mano de la huesuda y regresar a ese cuerpo tan,  tan, tan jodido… pero la verdadera verdad, la neta petatera  es que desde el primer momento de muerta me sentí requete bien: se me cayeron como 30 años de encima, huelo a jabón y no a meada y la única molestia en el cuerpo que ahora tengo es un latir constante y sonante en el cogote, que resulta mil veces más llevadero que el carraspeo constante con el que vivía. A final de cuentas me dictaminaron “muerte por  asfixia”, entiéndase “se atragantó con el taco”… ¡un taco asesino que ya nadie va a querer comerse en lo de Doña Lencha  ahora que se corra la voz!  ¡Ay Doña Lencha! Le oí desearme entre sollocitos mudos que la paz -al fin- sea conmigo…  ¡al fin la paz!… No, pos sí. Pensándolo bien sí era difícil andar juntando los pesitos por aquí y por allá. Ella me daba mi desayuno y Don Melchor me juntaba los restos de las pizzas para dármelos a eso de las seis de la tarde… y en el medio la pasaba merodeando la salida de los comercios pidiendo las moneditas que una a una se iban juntando para pagar la pensión y mi tabaco. También la pasaba en la plaza dándole a mis palomas los pedacitos de ayer bien desmenuzados, pa que rindan… por cierto, pobrecita La Pinta ahora que ya no la voy a ir a visitar. Ella entre todas las palomas era mi favorita, por fea. Un día la quiso agarrar un gato y de puro milagro logró escaparse, maltrecha, coja y tuerta… pero escapó. Ahora pareciera que las plumas le crecen por cualquier lado y la mirada que le sale por su único ojo rojo se te clava como navaja. Solo yo sé que su maldad es puritita ilusión óptica, que es buena la condenada, que nomás es fea y ya. Ojalá y haya un lugar como este para las palomas, un lugar donde viva el resto de su muerte como en su mejor momento…
Por cierto, ¿será que me va a tocar ver a todos los que se los llevó La Chingada antes que a mí? Porque vivo ya no me queda ninguno. ¿Qué será de mi Pancho? Hace tanto que no lo veo que sólo recuerdo su cara seria y con el bigote bien peinado de su credencial para votar. La guardé todos estos años envuelta en la única bufanda que le tejí en mi vida. Parece mentira que todavía guarde su olor… ojalá y no la tiren a la basura, le podría servir al Fego en la pensión. La bufanda, digo, porque la credencial  para qué la quiere. ¡Ay mi Pancho! ¡Tantos años arrastrando tu ausencia! ¡Tantos años lamentándome de que no me ni dejaras ni hijos, ni casita, ni dinero!... Cuando se fue, se llevó parte de mí… ¡algo así como media docena de tornillos! ¡Ah, cómo le gustaba el trago!
--Ya no tomes más Pancho –le decía cuando lo agarraba, --mañana la cruda va a ser tan grande que ya te conozco: te la vas a querer curar con más alcohol—
 --¡Ya pinche María! Mañana se me quita lo borracho, pero lo feo a ti quién te lo quita. –
Eso me dijo una noche… y a la mañana siguiente literalmente se lo llevó en tren, saliendito nomás del burdel que queda a lado de los rieles… quisiera ver si se le quitó lo de empinar la botella porque a mí lo fea y lo vieja… ¡Ay qué bien huelo, verdad de Dios! ¡Y qué bien me siento! ¿Qué no habrá por aquí un espejo?

Pero, ¿Dónde andarán todos? Esto está demasiado quieto. De seguro que deben de haber más muertos que vivos, ¿no? ¡Pancho, Pancho! ¡Dónde te metiste condenado mequetrefe! Ven nomás a enseñarme el camino y te dejo en paz… ¿o será que estás refundido en el infierno? No, pues mejor no vengas. No vaya a ser que te salgas con la tuya y me dejes peor. Eso de “contigo hasta la muerte” que aquí muera nomás.