Hace ya algunas mañanas en la mesa del desayuno Sofía comenzó a llorar desde lo más profundo de su almita:
-¿pero qué te pasa?
Eran tantos sus lamentos, sollozos y suspiros que no lograba entender lo que trataba de decirme. Cuando logró calmarse un poquito me dijo levantando las palmas de sus manos hacia el cielo, meciéndolas con un movimiento de sube-baja que parecía estar pesando la gravedad del asunto:
-¡Perdí mi secreto y ya no lo puedo encontrar!
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