Ya está. Hoy me despido de los
cuadritos escoceses. Hoy sólo lamento que use la falda de secundaria en lugar del jumper de
primaria porque de haberlo tenido puesto juro que lo rasgaría a los gritos,
como los árabes de la peli que vi anoche.
Me buscaron, me buscaron y ya me encontraron: ni un día más en esta
escuela. Juro que no voy a volver a pisar este patio podrido, tan cuadrado como
las cabezas de estas monjas de narices respingadas que sólo se fijan en las
formas.
Y la campana que no suena.
Miss Padilla sigue escribiendo. Va
por la segunda tiza y ya borró dos pizarrones completos. Hoy no pienso seguirle el ritmo, que lo hagan las otras
mientras yo pienso que mañana martes me pondré mis cien pulseras de gomitas
negras, mis ocho anillos, mis aros grandes y me delinearé los ojos. Nunca más
revisarán si mi falda está cuatro dedos por debajo de la rodilla y las medias
tapando cualquier indicio de carne. Ya no controlarán si traigo un listón que
no sea o verde o azul o blanco, si mis aretes cuelgan o si traigo algo más que
no sea una imagen santa colgada.
Y sobre mi pelo ahora mandaré yo.
Nada pudieron hacer cuando me lo corté chiquitito y me rasuré las patillas. Hoy
la superiora cree que ganó la batalla haciendo que me pinte el mechón decolorado
con un marcador negro y me lo aplaque con su peinecito casto.
No sabe que con eso firmó mi partida y que mi
silencio no era precisamente sumisión.
Las manos de mis compañeras deben
estar entumidas. Ale me mira a cada rato de reojo y a Gabi se le ve nerviosa. No entiende por
qué no escribo. Jugueteo con la pluma,
dibujo una cadena de flores contra el espiral del cuaderno. Flechas, corazones, mosquitas y mariposas de tinta
invaden las hojas. Cada minuto que pasa me suma valor y asienta la certeza de que
hoy es el último día…
Y la campana suena.
Al suspiro colectivo se le monta encima el rechinar de las sillas que se
lanzan para atrás, los cuadernos me aplauden sin saberlo mientras se cierran, las mochilas se abren, las cartucheras
engordan. No miro a nadie. Con calma pero sin perder tiempo, guardo todo lo que está debajo de mi banca y
salgo del salón cubierta ahora por una
burbuja invisible que amortigua lo que pasa fuera de mí.
Bajo las escaleras como caballo
desbocado. Tengo que llegar a su balcón antes de que salga. Esquivo al tropel
de niñas bien peinadas que bajan hablando del chico que les gusta, del último
capítulo de la novela, de los deberes para mañana. Me paro frente a su omnipresente ventana y el
patio me respalda. Fijo la vista sobre esas persianas que aparentan no ver, tomo
aire, aclaro la garganta y dejo salir el canto desde mi ronco pecho:
-¡Nooo volvereeé, se lo juro por Dios que me mira,
El típico bullicio de la hora de la salida aminora, la sonrisa de mis amigas se hace
sentir y mi voz lejos de temblar se afirma:
-Se lo digo llorando de rabia,
Una lástima que no haya previsto
mariachi, ésta es por lejos la mejor
serenata que haya dado, daré o me darán en la vida.
-Noooo volvereeeé!