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Por cierto, ¿será que me va a tocar ver a todos los que se los
llevó La Chingada antes que a mí? Porque vivo ya no me queda ninguno. ¿Qué será
de mi Pancho? Hace tanto que no lo veo que sólo recuerdo su cara seria y con el
bigote bien peinado de su credencial para votar. La guardé todos estos años
envuelta en la única bufanda que le tejí en mi vida. Parece mentira que todavía
guarde su olor… ojalá y no la tiren a la basura, le podría servir al Fego en la
pensión. La bufanda, digo, porque la credencial para qué la quiere. ¡Ay mi Pancho! ¡Tantos años
arrastrando tu ausencia! ¡Tantos años lamentándome de que no me ni dejaras ni
hijos, ni casita, ni dinero!... Cuando se fue, se llevó parte de mí… ¡algo así
como media docena de tornillos! ¡Ah, cómo le gustaba el trago!
--Ya no tomes más Pancho –le decía cuando lo agarraba, --mañana
la cruda va a ser tan grande que ya te conozco: te la vas a querer curar con más
alcohol—
--¡Ya pinche María!
Mañana se me quita lo borracho, pero lo feo a ti quién te lo quita. –
Eso me dijo una noche… y a la mañana siguiente literalmente se
lo llevó en tren, saliendito nomás del burdel que queda a lado de los rieles…
quisiera ver si se le quitó lo de empinar la botella porque a mí lo fea y lo
vieja… ¡Ay qué bien huelo, verdad de Dios! ¡Y qué bien me siento! ¿Qué no habrá
por aquí un espejo?
Pero, ¿Dónde andarán todos? Esto está demasiado quieto. De
seguro que deben de haber más muertos que vivos, ¿no? ¡Pancho, Pancho! ¡Dónde
te metiste condenado mequetrefe! Ven nomás a enseñarme el camino y te dejo en
paz… ¿o será que estás refundido en el infierno? No, pues mejor no vengas. No
vaya a ser que te salgas con la tuya y me dejes peor. Eso de “contigo hasta la
muerte” que aquí muera nomás.